Mi amiga, la escritora y actriz Mónica Pavón, me envía esta invitación que comparto con los visitantes de esta Aldea:
Nosotros somos Dios de Wilberto Cantón (a cuyo elenco me acabo de integrar), se trata de una de las grandes joyas de la dramaturgia mexicana y, sin duda, la mejor obra que se ha escrito sobre la Revolución Mexicana, aunque es mucho más importante la parte humana de la trama: la forma en que aborda las relaciones entre padres e hijos, entre el poder y el pueblo, entre la familia y el Estado, así como "el Deber". Una puesta en escena de Hernán Producciones que vale mucho la pena y a la cual estoy muy orgullosa de haberme integrado.
La función es este sábado 2 de octubre a las 16:30 horas en el Teatro Wilberto Cantón de la SOGEM: José María Velasco 59 (a dos cuadras de Insurgentes y a una de Barranca del Muerto), Colonia San José Insurgentes, Delegación Benito Juárez, México D.F.
Reparto: Sergio Márquez, Andrés Gutiérrez, Fernando Estrada, Laura Jaimes, Mónica Pavón, Nacho Rodríguez, Martín Ledezma y Terence Strickman.Dirección: Armando Hernán
Nosotros somos Dios
Escenario único
Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX vieron
crecer, en la Ciudad de México, un barrio—una "colonia," como aquí se dice—representativa de la nueva burguesía,
con pretensiones de aristocracia, que surgía al amparo del gobierno
"porfirista": la colonia Juárez, imitación rastacuera y pintoresca de
un "quartier" de París.
En los días que vivimos, esta zona ha perdido ya su carácter
residencial; su paz fue destruida por la invasión del comercio elegante y su
unidad arquitectónica por la construcción de numerosos edificios de
arquitectura "funcional" que aprovechan, elevándose en altura, el
creciente encarecimiento del terreno.
Pero en la época en que se desarrolla la acción de esta
pieza (1913-1914), la colonia Juárez estaba en plena lozanía, sus casas (techos
altos, ventanas esbeltas, fachadas de cuidadosa ornamentación rematadas por la
típica, negruzca buhardilla parisién que esperaba en vano la nieve que nunca
caía del clemente cielo); sus calles, que ya tenían hilos telefónicos y eran
cruzadas ya por automóviles; su situación relativamente alejada del centro de
una ciudad todavía pequeña y con aire provinciano, reverso de la brillante
medalla que hoy relumbra orgullosa con sus seis millones de habitantes, sus
larguísimas avenidas, sus viaductos, sus pasos a desnivel, sus jardines y sus
fuentes; todo en ella hablaba de la riqueza de sus moradores y del
"progreso" habido en treinta años de paz, progreso superficial y
ficticio del que se beneficiaban unos cuantos privilegiados, cuya ilusión
caería por tierra cuando la Revolución mostró la verdad de un pueblo oprimido,
hambriento y colérico.
En la colonia Juárez—donde hasta la mexicanidad del apellido
que ostenta fue traicionada al bautizar sus calles con nombres europeos: París,
Havre, Berlín, Sevilla, Lisboa, etc.—estaba el "chalet" que construyó
don Justo Álvarez del Prado, próspero abogado a quien recurrían nacionales y
extranjeros cuando traían entre manos algún asunto que requiriera "influencias."
Don Justo tenía las mejores relaciones; las puertas de los
palacios más estrictos se le abrían y en no pocas oficinas encumbradas tenía
derecho de picaporte. Su fortuna nació y creció a la sombra protectora de don
Porfirio, de quien se rumoreaba que no sólo era amigo sino pariente y hasta
consejero; pero su despacho no decayó durante el "maderismo"; no
sufrió en sus negocios reveses ni en sus bienes mengua.
Al llegar al poder el general Victoriano Huerta—después de
los asesinatos de Madero y Pino Suárez—fue llamado a ocupar una cartera en el
Gabinete Presidencial, en recompensa a los buenos oficios que realizó para el
entendimiento secreto entre aquél y Félix Díaz, en los aciagos días de la
Decena Trágica.
Lo que el espectador ve de la casa de don Justo es un salón
interior muy amplio, alto de techos, las paredes tapizadas con papel de tonos
sombríos, un gran arco al fondo comunica con un pasillo que a su vez tiene
salida a la terraza (por el fondo también), al vestíbulo (por la izquierda). En
primer término, a izquierda y derecha, sendas puertas.
Los muebles, de caoba y brocado, son los de rigor: sofá,
sillones, sillas, jugueteros llenos de finas porcelanas; sobre una mesita hay
un teléfono; en las paredes, retratos de familia, copias de cuadros académicos
y un espejo en cuyo marco sonríen angelotes dorados. Al centro de la habitación
cuelga un gran candil de prismas. En la ventana y en las puertas, cortinas de
terciopelo.
Izquierda y derecha, las del espectador.
María Eugenia, ¿te acabas de integrar al elenco?. No seas tímida, cuéntanos más.
ResponderEliminarSube el video. No nos dejes en ascuas.
Abrazo primera llamada.
Sergio Astorga
Jajaja. Soy más que tímida y no tengo nada de actriz aunque en casa no dejo de hacer teatritos.
ResponderEliminarAbajo del cartel dice: "Mi amiga Mónica me envía esta invitación que comparto con los visitantes de la Aldea"
Espero estar ahí antes de la primera llamada, instalada en una buena butaca, disfrutando la actuación del elenco, en el que está Mónica Pavón (no sale en la foto).
Van abrazos sin ensayo.