Por Candela Vizcaíno*
Aunque
cada día son más las ofertas de viaje dirigidas a las familias, aún hay muchos
papás que renuncian a esta aventura con sus pequeños por la logística que ello
conlleva. Sin ánimo de desbaratar distintos puntos de vista, me parece un
auténtico error de esos que solemos cometer los adultos. El viaje, en los
pequeños, incluso en los que aún no han rebasado los tres años de edad, incitan
no solo a la aventura sino, también, al descubrimiento y, por tanto, al
conocimiento. El viaje debería ser parte de su formación a la vida adulta. Por
si esto fuera poco, la experiencia se convierte en una huella que puede
favorecer y estrechar aún más los vínculos entre los distintos miembros de la
familia. Por supuesto, habrá papás que se decanten por buscar establecimientos
y hoteles con ofertas específicas para niños (puedes utilizar un comparador de hoteles), ya
sean menús o actividades diseñadas para los más pequeños (los hay que organizan
talleres artísticos, de yoga, de recreo o deporte). Aunque no es la tónica
general, cada día son más los empresarios de la hostelería que “entienden” y
atienden a esta necesidad y solamente consistirá en buscar lo que mejor se
adapte a nuestros gustos y necesidades.
Ahora
bien, no es éste el tipo de viajes que personalmente me gusta. Aunque suelo
investigar con antelación si existe menú infantil, no lo hago para pedirlo,
llegado el caso, sino más bien para testar una actitud: la que entiende las
necesidades de los pequeños con raciones menores y recetas adaptadas a sus
exquisitos paladares sin llegar a las consabidas salchichas, hamburguesas y
patatas fritas. Prefiero elegirles algún plato del menú que, a priori, intuyo
que les puede gustar. Y, por supuesto, tampoco entiendo las vacaciones si tengo
que dejar a los niños en la guardería del hotel como el resto del año. Si el
viaje no es una experiencia, un estrechamiento y una apertura mental (para los
papás igual que para los pequeños) no me merece la pena salir de casa. Ni que
decir tiene que el cansancio puede hacer mella en esta civilización occidental
estresada y acongojada, pero si no logramos deshacernos de él con quienes más
queremos, nos deslizamos por derroteros peligrosos.
Obviando
el asunto de la comida, también hay papás que encuentran un problema a la hora
de los traslados. Algún amigo que otro me ha contado tremendas escenas de
pequeños, normalmente tranquilos y educados, que mutan en una suerte de
monstruos cuando se suben a un transporte público o se sientan en su silla del
coche. Qué duda cabe que varias horas sin moverse no es del agrado de nadie (ni
siquiera de un adulto), pero hay muchas actividades que podemos desarrollar con
nuestros hijos durante este proceso. Hay que hacerles ver que ese tiempo es
camino, es decir, es lugar para el disfrute, para la diversión y para la
aventura y no una mera transición hacia otro espacio. Tenemos que aprovechar
las horas apretadas en un coche o un avión para ayudarles a sorprenderse con la
naturaleza alrededor y para estrechar vínculos. Una buena idea es contarles
aquello que vamos a hacer no como una descripción del proceso (tipo ahora nos
vamos o no llegamos) sino como algo novedoso y especial de lo que hay que disfrutar
por el simple hecho de alejarse de la rutina. Aunque podemos llevarnos algunos
cuentos para leer o mirar, resulta de mucho provecho proveernos de un cuaderno
limpio en el que el niño vaya anotando sus impresiones de viaje, desde los
lugares que frecuenta hasta las sensaciones que ha tenido. Podemos recopilar
postales, hojas, fotos y recuerdos y pegarlos juntos en ese cuaderno. Luego nos
servirá para continuar la aventura en casa.
Con
estas pequeñas prácticas estaremos motivando su asombro hacia las maravillas de
la naturaleza y un espíritu crítico que van a necesitar para moverse por este
mundo tremendamente complejo que le estamos legando.
Nota: Las
fotos están sacadas de openphoto.net y realizadas por Jesenka Petanjek.
13 comentarios:
Hola María Eugenia, me gusta el color blanco del blog! Este artículo me trajo recuerdos, de las veces que salimos con los chicos pequeños de vacaciones, la cantidad de cosas que llevaba, el peor trastorno para mí fue que mi hija mayor tuvo virus intestinales por el agua, y no sabía a qué atribuírlo. Para mí, lo más fastidioso era llevarlos a un shopping, por temor a que los raptaran o se me perdieran, no tenía forma de dejarlos una hora en una mesa, ahhh, ya pasó todo eso y ahora hay otras cosas, jajajaa.
Besos,
Qué bonito. También a mí me ha traído muchos recuerdos esta entrada, querida María Eugenia. Podría contar mil historias y anécdotas de nuestros viajes con los niños. Viajar con los hijos solo aporta experiencias y vivencias maravillosas (aunque con frecuencia, el viaje incluya una visita a las urgencias del hospital de turno, jejeje). En fin; las cosas bellas de la vida.
Muchos besos, amiga de la otra orilla.
Querida Myriam:
Este artículo, como verás, está firmado por Candela Vizcaíno, huésped de la Aldea y amiga de Suite101 y bloguera, quien actualmente vive la magia de crecer y experiemntar el mundo con su hija pequeña.
Viajar con pequeños es toda una aventura. Recuerdo el primer encuentro de mi hijo (dos años) con el ambiente marino. Lo primero que dijo al bajar del avión en el aeropuerto de Huatulco fue "Huele raro". La verdad es que tuve de todo, imagínate, con tres hijos sucede todo.
Gracias por tu comentario y tu visita. Va un fuerte abrazo.
Querida Lola MU:
El mérito del artículo es de Candela Vizcaíno. Como le comentaba a Myriam, ella está experimentando esto que nosotras dejamos atrás, tú hace muy poco.
Qué bueno que este texto cumpla con la función de animar a quienes tienen pequeños y también la de traer recuerdos que atesoramos.
Muchísimas gracias por enriquecer esta magnífica entrada con tu comentario.
Van otros muchos besos también para ti, querida Lola MU.
Hola Eugenia, vine a leer tu comentario y de paso te cuento algo más: mi hija menor no conocía el mar cuando emigramos a EEUU, sus hermanos sí. Entonces, el primer fin de semana con mi esposo decidimos ir a la playa, pero él se equivocó de autopista y perdimos horas dando vueltas. La nena lloraba frustrada, hasta que pasamos por un puentecito con un charco debajo, y los hermanos le dijeron ¨éste es el mar¨, entre risotadas, nos reímos, nos enojamos, y cuando encontramos el mar ya era casi de noche, pero bajamos igual a la playa, jajajaa. Besos,
Gracias María Eugenia, gracias Lola, gracias Myriam. ¡llega a ser magia esto de Internet como la experiencia con los hijos! Buen día a todas.
María Eugenia, me gusta la pureza de tu blog. Es una Aldea rcomo una fotografía de Lola Álvarez Bravo.
El problema mis queridas amigas, ya lo ha dicho el Principito: pensar como adulto es castrante.
Organicemos como adultos y convivamos como niños.
Yo ya di el abrazo; dalo tú también. Brinca la tablita, yo ya la brinque.
Sergio Astorga
Querida Myriam:
Imagino la desesperación y las constantes preguntas de la pequeña "¿ya llegamos, en dónde está el mar, cómo es el mar?". Genial la respuesta de los mayores, que seguramente ahora, cuando lo recuerdan les dará mucha risa. Qué bueno que por fin llegaron y se produjo ese encuentro inolvidable para tu hija y para la familia completa.
Gracias por esta anécdota. De eso se tratan estos ejercicios de publicar historias y compartir memorias.
Otro fuerte abrazo, amiga.
Gracias, Sergio, por el piropo al blog, que cada vez que alberga el trabajo de un bloguero amigo se enriquece.
Y en ese espíritu infantil de rondas, brinquemos la tablita y demos un abrazo aunque no nos lo pidan.
Saludos, Candela, el artículo y las fotos son maravillosos.
Un fuerte abrazo.
Hola
Me gustó el artículo, sobre todo para tomar nota para un próximo viaje. ¡Sí, viajar es todo un tema!
En lo personal, nunca me gustaron los viajes y rara vez los disfruté de niña: las familias materna y paterna vivían entre 6 y 8 horas de distancia... que incluía un dificultoso tramo por terracería y con muchas curvas. Para colmo, me mareaba.
Con el tiempo lo fui superando (sobre todo en la primera mitad de mi vida universitaria, cuando viajaba de una ciudad a otra, empleando hasta 5 horas... cada fin de semana), pero al nacer mi pequeña me enfrenté con un problema: ¡odia más viajar que yo! Me vi claramente reflejada ahí donde mencionas a esos padres y sus batallas con la sillita del auto. Eso limitó muchísimo nuestras salidas e intenté de todo (y que aún me mareo con los viajes) y ya lo hemos ido superando.
Hicimos nuestro primer viaje a la playa apenas hace año y medio o dos años. Admito que valió muchísimo la pena, aunque todavía es difícil el que a ella -también a mi- nos gusten los viajes largos. Iremos a mediados de año a una boda, y ya desde ahora estamos planificando qué hacer durante el viaje, que obviamente incluirá escalas (bastantes). Quizá también tenga mucho que ver el empezar yo misma a disfrutar el viaje.
Un abrazo
Querida Mayra:
Este artículo de Candela ha gustado mucho y ha removido recuerdos al por mayor.
Como toda mi familia siempre vivió en la Ciudad de México, no teníamos recursos para vacacionar y además de que no teníamos abuelos, no viajé mucho de niña. Cuando lo hacíamos, en autobús o en los carros de los tíos era maravilloso, sin importar el trayecto. Con mis hijos pequeños tuvimos experiencias muy divertidas, aunque no faltó por ahí alguna infección respiratoria que nos dio mucha lata, pero nada del otro mundo.
Ojalá, poco a poco, tu hija y tú venzan esa aversión, ese viaje a la boda será un entrenamiento que seguramente disfrutarán mucho.
Un animoso abrazo.
Tuve la posibilidad de hacer un viaje con mis hijos por diversas ciudades. Todo empezó buscando hoteles en mendoza y a partir de allí recorrimos diversas ciudades de la provincia Mendocina terminando en Chile
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