La prima de la secretaria de la
asistente del doctor Casimiro Rosado, uno de los funcionarios públicos
más influyentes, le contó al taxista que abordé ayer por la tarde para
realizar un trayecto que debería durar media hora y se convirtió en una
casi pesadilla de dos largas horas, una historia de la que me hubiera
gustado conocer más detalles de no haber sido por mi desesperación ante
el retraso de una cita que concerté a las seis y que si bien me iba
llegaría a las siete pero a la que por fortuna tampoco había llegado la
persona con la que me encontraría, quien también se encontraba atrasada
por problemas de tránsito. Otra cosa que me angustiaba era el insensible
avance del taxímetro y mi incapacidad para bajarme del auto,
prácticamente estacionado en medio del puente y caminar un kilómetro y
medio con tacones para llegar a la estación más próxima del metro, de
manera que no tuve más remedio que permanecer en el enorme
estacionamiento en que se había convertido la vía rápida que tomó el
taxista para que llegara a tiempo a mi cita.
La historia de marras es la siguiente,
va entrecomillada y con el crédito de Belisario Malpica, nombre del
taxista, por aquello de las aclaraciones y la autoría del relato, en
caso de que sea pura ficción y más si es verdadero:
"Resulta que como todos sabemos el doctor Casimiro Rosado podría pasar inadvertido en cualquier lugar en donde se presentara si no fuera acompañado por prominentes empresarios y políticos, así como custodiado por una docena de guardaespaldas. Eso se sabe porque el hombre es de esos que uno lo ve dice "no daría ni un peso por él" o "aunque la mona se vista de seda..." –se carcajeó de su chiste, pero el taxista tenía razón el doctor era de un tipo común, nadie imaginaría que estudió en el extranjero el doctorado en economía y que pesa tanto en las decisiones del país–. Como le decía –volteó y se acomodó para que la plática fuera más amena, como de cuates, pero eso sí, no detuvo el taxímetro– el doctor Casimiro Rosado, pese a ser de extracción humilde es un prepotente de primera, trata a las personas que no le van a reportar algún beneficio como si fueran sus esclavas, ni más ni menos. El señor es incapaz de un "por favor" y más de un "gracias". Le encanta hacer alarde de su riqueza, que vaya usted a saber el origen opaco que tiene, pero como está consciente de que un Hugo Boss o un Armani ni le lucen, aunque de todas formas los usa, presume sus aparatitos de telefonía y todas esas porquerías que ahora los ejecutivos usan dizque para trabajar, sí, cómo no, como si los funcionarios supieran sacar raíz cuadrada o redactar sus discursos, si no fuera por sus asesores estarían perdidos... Bueno, pero ¿sabe qué vehículo maneja? –me preguntó como si fuera un secreto, pero preferí decirle que lo ignoraba–, un Bentley, equipadísimo. Dicen que lo quiere más que a su esposa y a sus hijos y por eso no deja que ni su chofer lo maneje, solamente lo saca cuando él va a manejar, si no se traslada en un Mercedes negro, que también adora pero ese sí se lo deja a su chofer, a veces. En ese momento oímos un claxon y el taxista avanzó veinte centímetros. Como le decía, este señor es un pelado. Me enteré que la semana pasada después de una reunión con dos secretarios de Estado y un importante empresario, el doctor Casimiro Rosado estaba tan feliz por los acuerdos a los que habían llegado que los invitó a comer a un restaurante muy exclusivo que está a dos cuadras de su oficina. Como no quería que ningún chofer escuchara la conversación él propuso usar su Bentley. Así que los gallones se treparon al carro y el doctor iba manejando sintiéndose dueño del mundo. Al llegar al restaurante, como es bien barbero el tal doctor Casimiro Rosado –el taxista parecía disfrutar mucho decir el nombre completo del funcionario–, se bajó para abrir la puerta del empresario que iba en el asiento del copiloto. En eso se acercó un valet parking y al doctor Rosado se le ocurrió aventarle las llaves del Bentley, al tiempo que le gritaba que si lo rayaba le partía toditita su... Pero ni terminó de soltar la amenaza porque ¿a que ni se imagina qué hizo el valet parking? Le contesté que no podía imaginar nada. Pues que el muchacho cacha las llaves y se las avienta de regreso al doctor y le dice: "los choferes estacionan los vehículos en la calle de atrás, güey". Imagínese usted la cara que hizo el doctor cuando los secretarios y el empresario soltaron una sonora carcajada y le gritaron al doctor Rosado 'a ver, Jaime, ¿lo estacionas tú o el muchacho?'. Y como vieron que el doctor, quien en ese momento se veía más insignificante, estaba a punto del infarto, el empresario le quitó las llaves y se las lanzó a otro valet parking, pidiéndole, ese sí con toda educación, que por favor estacionara el vehículo, porque ese día su chofer era el invitado especial. Entraron al restaurante abrazados, mientras los otros no paraban de reír".
En ese momento los autos comenzaron a
avanzar y en un dos por tres llegamos a mi destino. El taxista ya no
agregó nada, pero bien que estiró la manota para cobrar lo que me habría
costado una comida en el restaurante al que fueron los hombres de la
historia, que, por cierto, en ese momento creí se había sacado de la
manga para entretenerme.
Pero ahora creo que había algo de verdad
en lo que me contó porque hoy por la mañana leí en el periódico que las
acciones de una de las empresas del empresario Fulano del Tal habían
caído estrepitosamente. No sé pero me parece que ahí se ve la mano negra
del doctor Casimiro Rosado.
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