martes, 22 de abril de 2014

Gabriel García Márquez se fue un jueves santo

Gabriel García Márquez, Cartagena 2007

Gabriel García Márquez murió un jueves santo, igual que Úrsula. Mientras en el caso del escritor ese día le tocó abandonar el mundo físico la partida de Úrsula en jueves santo fue decisión del creador de la intrincada historia de generaciones previas y posteriores a la unión de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, en la que el tiempo no pasa sino da vueltas en redondo.

Un domingo de ramos entraron al dormitorio mientras Fernanda estaba en misa, y cargaron a Úrsula por la nuca y los tobillos.
‒Pobre la tatarabuelita ‒dijo Amaranta Úrsula‒, se nos murió de vieja.Úrsula se sobresaltó.‒¡Estoy viva! ‒dijo.‒Ya ves ‒dijo Amaranta Úrsula, reprimiendo la risa‒, ni siquiera respira.‒¡Estoy hablando! ‒gritó Úrsula.‒Ni siquiera habla ‒dijo Aureliano‒. Se murió como un grillino.Entonces Úrsula se rindió a la evidencia. «Dios mío», exclamó en voz baja. «De modo que esto es la muerte». Inició una oración interminable, atropellada, profunda, que se prolongó por más de dos días, y que por el martes había degenerado en un revoltijo de súplicas a Dios y de consejos prácticos para que las hormigas coloradas no tumbaran la casa, para que nunca dejaran apagar la lámpara frente al daguerrotipo de Remedios, y para que cuidaran de que ningún Buendía fuera a casarse con alguien de su misma sangre, porque nacían los hijos con cola de puerco. Aureliano Segundo trató de aprovechar el delirio para que le confesara dónde estaba el oro enterrado, pero otra vez fueron inútiles las súplicas. «Cuando aparezca el dueño ‒dijo Úrsula‒ Dios ha de iluminarlo para que lo encuentres». Santa Sofía de la Piedad tuvo la certeza de que la encontraría muerta de un momento a otro, porque observaba por esos días un cierto aturdimiento de la naturaleza: que las rosas olían a quenopodio, que se le cayó una totuma de garbanzos y los granos quedaron en el suelo en un orden geométrico perfecto y en forma de estrella de mar, y que una noche vio pasar por el cielo una fila de luminosos discos anaranjados. 
Amaneció muerta el jueves santo.

Seguramente existen y se escribirán sesudos ensayos sobre el simbolismo de esta coincidencia pero para una lectora despistada como yo y sin el bagaje cultural de quienes han analizado la obra de García Márquez no deja de llamar la atención esto que puede ser interpretado como el último acto poético del autor de una de las historias más fascinantes que haya conocido la literatura mundial.

Al igual que Úrsula el escritor hizo y deshizo con la memoria una vida que sólo viviéndola y reviviéndola como él lo hizo pudo no sólo contar sino transformar y llevar al nivel más alto del arte y la magia.

No me atrevería a decir que le debo a Cien años de soledad la fascinación por la memoria, la valoración de algo tan nuestro que nos permite recordar, evocar, suspirar y revivir pero que por fortuna también nos permite olvidar. Al hacer el recuento de nuestra vida vale la pena tener presente lo que nos dice el colombiano más mexicano: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".

Gabriel García Márquez se fue un jueves santo pero permanecerá en la memoria universal por los siglos de los siglos, al lado de otros tantos grandes.




3 comentarios:

Carlota Bloom dijo...

Y tan en redondo, María Eugenia. Lo cierto es que sobrecoge. Me alegra pasar por aquí. Un beso enorme.

María Eugenia Mendoza dijo...

Qué felicidad, queridísima Carlota, ver que dejas huella por esta Aldea, a veces fantasmal pero siempre deseosa de sentir tu presencia.
Van un beso y un abrazo desde esta orilla.

Sergio Astorga dijo...

Nunca las tardes fueron tan amarillas.
La plenitud ya fue dicha.
Las partidas son dolorosas.

Un abrazo y un ramo.