jueves, 12 de julio de 2012

Mal Amigo, de Salvador Hurtado

El día en que lo ejecutaron a mí me salpicó con su sangre, pero él mismo fue quien selló su destino. Hablaba demasiado y era malo para los negocios. Y esa fue casi la única razón por la que sus “amigos” le escupieron a la cara cuando cayó en desgracia. Es verdad que los más cercanos de sus asociados permanecieron al margen; pero buscaron la manera de negar los tratos que con él tuvieron.
            Yo intenté advertirle. Le dije que no era buena idea llamar demasiado la atención. Que admiraba su congruencia, pero debía ser menos contestatario. Que sus seguidores se engañaban creyendo que él los llevaría a una victoria militar y que no le perdonarían el saberse equivocados. Le dije que él les importaba más que las cosas que les decía. Pero no me escuchaba, tenía su mente emborrascada con nubes del más allá.
            Acabó creyendo en su propia leyenda; y para consagrarse me pidió que lo denunciara. Hubiese merecido que yo no me moviera. Que me quedara mudo e inútil como estatua de santo ¿Qué hubiera hecho él entonces?
            Sin embargo, lo amaba y no podía dejar que su propia sangre lo salpicara. Nadie más lo entregaría; ni los cobardes mercaderes del templo, ni los sacerdotes del Sanedrín, ni los fariseos temerosos de la eternidad. Se dice que él resucitó al tercer día, sus discípulos me maldicen y discuten ahora quién fue el más cercano. ¿Pero él me amó alguna vez? ¿Pensó acaso en mí? ¿Le importó mi suerte?... Ahora soy una higuera seca en medio del invierno.
Por: Escoto
 

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