lunes, 2 de julio de 2012

Mi casa, mi gente, mi tierra, Octavio Paz





Todo comienza en un jardín, lo recuerdo, me recuerdo. Un jardín con niño, a tientas, me adentro. Pasillos, puertas que dan a un cuarto de hotel, a una interjección, a un páramo urbano. Y entre el bostezo y el abandono, tú, intacto, verdor sitiado por tanta muerte, jardín revisto esta noche. Sueños insensatos y lúcidos, geometría y delirio entre altas bardas de adobe. La glorieta de los pinos, ocho testigos de mi infancia, siempre de pie, sin cambiar nunca de postura, de traje, de silencio. El montón de pedruscos de aquel pabellón que no dejó terminar la guerra civil, lugar amado por la melancolía y las lagartijas. Los yerbales, con sus secretos, su molicie de verde caliente, sus bichos agazapados y terribles. La higuera y sus consejas. Los adversarios: el floripondio y sus lámparas blancas frente al granado, candelabro de joyas rojas ardiendo en pleno día. El membrillo y sus varas flexibles con las que arrancaba ayes al aire matinal. La lujosa mancha de vino de la buganvilia sobre el muro inmaculado, blanquísimo. El sitio sagrado, el lugar infame, el rincón del monólogo: la orfandad de una tarde, los himnos de una mañana, los silencios, aquel día de gloria entrevista, compartida.

Arriba, en la espesura de las ramas, entre los claros del cielo y las encrucijadas de los verdes, la tarde se bate con espadas transparentes. Piso la tierra recién llovida, los olores ásperos, las yerbas vivas. El silencio se yergue y me interroga. Pero yo avanzo y me planto en el centro de mi memoria. Aspiro largamente el aire cargado de porvenir. Vienen oleadas de futuro, rumor de conquistas, descubrimientos y esos vacíos súbitos con que prepara lo desconocido sus irrupciones. Silbo entre dientes y mi silbido, en la limpidez admirable de la hora, es un látigo alegre que despierta alas y echa a volar profecías. Y yo las veo partir hacia allá, al otro lado, a donde un hombre encorvado escribe trabajosamente, en camisa, entre pausas furiosas, estos cuantos adioses al borde del precipicio.

8 comentarios:

Myriam B. Mahiques dijo...

Hermoso. Me encanta Octavio Paz y con tu permiso, agrego el link en el grupo de lectores de FB. Un beso Eugenia, que estés bien :)

María Eugenia Mendoza dijo...

Hola Myriam:
Me da muchísimo gusto compartir contigo este hermosísimo poema de Paz y que a la vez lo lleves a tu grupo de lectores.
Va un abrazo fuerte y cariñoso en esta noche lluviosa.

Unknown dijo...

Precioso, Mª Eugenia. Un placer leer y escuchar a Octavio Paz, grande entre los grandes de nuestras letras.
Gracias por compartirlo.

María Eugenia Mendoza dijo...

Muchas gracias, querida Carlota, me da gusto que lo disfrutes tanto como yo.
Va un abrazo cálido.

Sergio Astorga dijo...

María Eugenia, tu sabes que Octavio Paz es una voz a la que recurro casi todos los días. Es un poeta manantial.

Ahora que están los días tan agitados, recuerdo que cuando estaba en la Facultad de Letras de la UNAM, estaba vetado, yo no entendía el porqué, tal vez porque no lo leían.

Abrazos cariñosos

María Eugenia Mendoza dijo...

Hola Sergio:
Me encanta esa descripción y ese hacer tuyo al poeta manantial. Justamente lo busqué este 2 de julio, día aciago, para encontrar en sus palabras la fuerza de mi casa, mi gente, mi tierra.
Va un abrazo hogareño.

Lola MU dijo...

A mí me parece maravilloso, María Eugenia. Me maravilla la obra de Octavio Paz y me maravilla la capacidad de acoger de la poesía, de ser refugio y consuelo y de infundir energía y entusiasmo...Aspiremos largamente el aire cargado de porvenir, Abrazos mil.

María Eugenia Mendoza dijo...

Querida Lola MU:
Gracias por tus palabras siempre alentadoras y gracias a Octavio Paz por sus palabras universales.
Un abrazo desde esta orilla lluviosa.