Retrato de Hans Christian Andersen / THE BETTMANN ARCHIVE
‘La vela de sebo’ (‘Taellelyset’)
Presentamos la versión en español del
primer cuento de Hans Christian Andersen, realizada por el traductor del
escritor danés, Enrique Bernárdez.
Hervía y
bullía mientras el fuego llameaba bajo de la olla, era la cuna de la vela de
sebo, y de aquella cálida cuna brotó la vela entera, esbelta, de una sola pieza
y un blanco deslumbrante, con una forma que hizo que todos quienes la veían
pensaran que prometía un futuro luminoso y deslumbrante; y que esas promesas
que todos veían, habrían de mantenerse y realizarse.
La oveja, una
preciosa ovejita, era la madre de la vela, y el crisol era su padre. De su
madre había heredado el cuerpo, deslumbrantemente blanco, y una vaga idea de la
vida; y de su padre había recibido el ansia de ardiente fuego que atravesaría
médula y hueso… y fulguraría en la vida.
Sí, así nació y creció cuando con las
mayores, más luminosas expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró a
otras muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer la
vida y hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar dónde más a gusto pudiera
sentirse. Pero su confianza en el mundo era excesiva; este solo se preocupaba
por sí mismo, nada en absoluto por la vela de sebo; pues era incapaz de
comprender para qué podía servir, por eso intentó usarla en provecho propio y
cogió la vela de forma equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada
vez mayores el límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por
completo y quedó totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la rodeaba,
había estado en un contacto demasiado estrecho con ella, mucho más cercano de
lo que podía aguantar la vela, que no sabía distinguir lo limpio de lo sucio…
pero en su interior seguía siendo inocente y pura.
Vieron entonces sus falsos amigos que
no podían llegar hasta su interior, y furiosos tiraron la vela como un trasto
inútil.
Y la negra cáscara externa no dejaba
entrar a los buenos, que tenían miedo de ensuciarse con el negro color, temían
llenarse de manchas también ellos… de modo que no se acercaban.
La vela de sebo estaba ahora sola y
abandonada, no sabía qué hacer. Se veía rechazada por los buenos y descubría
también que no era más que un objeto destinado a hacer el mal, se sintió
inmensamente desdichada porque no había dedicado su vida a nada provechoso, que
incluso, tal vez, había manchado de negro lo mejor que había en torno suyo, y
no conseguía entender por qué ni para qué había sido creada, por qué tenía que
vivir en la tierra, quizá destruyéndose a sí misma y a otros.
Más y más, cada vez más profundamente
reflexionó, pero cuanto más pensaba, tanto mayor era su desánimo, pues a fin de
cuentas no conseguía encontrar nada bueno, ningún sentido auténtico en su
existencia, ni lograba distinguir la misión que se le había encomendado al
nacer. Era como si su negra cubierta hubiera velado también sus ojos.
Seguir leyendo el cuento en El País.
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