miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mensajera de las estrellas


Mensajera de las estrellas
© María Eugenia Mendoza Arrubarrena

Dedicado a Julieta Fierro

La algarabía en torno a una persona que patina rauda por el pasillo que conduce al auditorio principal me obliga a suspender mi trabajo.
Desde este frío y oscuro rincón no alcanzo a distinguir si se trata de una ella o un él. La excitación que va despertando a su paso me contagia. Desearía poder unirme a ese torbellino que la rodea y ha provocado que detenga su paso. Estoy a punto de salir de la caseta pero inmediatamente me inhibo, siento vergüenza solamente de pensar que me dejo llevar como borrego por el llamado de las multitudes.
 Además, mis obligaciones me lo impiden.
Trato de volver a lo mío, pero me resulta imposible. Me trepo en un pequeño banco y la descubro.
Es una mujer enfundada en un leotardo negro satinado, adornado con vistosas aplicaciones multicolores: estrellas, lunas en diferentes fases, deslumbrantes planetas anillados, cometas y brillante polvo de estrellas. El atuendo se completa con una capa rematada por tiras transparentes. La joven mujer cometa brilla con luz propia. Gira sobre su eje, ríe y tras una breve pausa da la señal de continuar la marcha.
La lúdica escena contagia alegría.
Una vez más desearía botar todo lo que me ata a este agujero y sumarme a los dóciles seguidores de esta versión estelar del flautista de Hamelin que conduce a cientos de niños y adultos a lo que seguramente será un encuentro fuera de este mundo.
La aguda voz de una mujer que manotea y repite insistentemente que le entregue una bolsa de lona que no deja de señalar me trae de regreso a la realidad de este agujero negro que no solamente absorbe mi vida sino mis sueños y mi alma.
Es primera vez que me toca estar en una feria del libro infantil. Generalmente la agencia me manda a congresos médicos de todo tipo y a ferias regionales de artesanías, de calzado y hasta de ganado.
Lo que nunca cambia es que soy la encargada del área de paquetería. De alguna manera siempre he desempeñado trabajos en los que el trato con la gente se reduce al mínimo y aunque en éste debo lidiar con miles de personas, la relación se limita a recibirles un paquete y entregarles una ficha y viceversa.
Yo no entiendo por qué la gente carga con cosas tan inútiles como onerosas cuando viene a sitios como éste. Pañaleras repletas de juguetes, biberones y alimentos para bebés; abrigos peludos, a pesar del sofocante calor; pesados aparatos de radio, que de portátiles no tienen sino el nombre y paraguas estorbosos y destartalados.
Al finalizar cada evento hacemos un recuento de lo que los despistados visitantes que olvidan recoger sus pertenencias nos legan: de diez a quince paraguas inservibles, una o dos mochilas mugrosas o alguna caja con alguna sorpresa, generalmente desagradable, de “ganancia”.
Nuestras pérdidas se reducen a las desgastadas fichas olvidadas en algún bolsillo de pantalón o en el fondo de alguna bolsa de mano.  Hasta el momento, en los dos días de feria ya hemos acumulado cinco sombrillas y una bolsa repleta de libros.
Por un lado, deseo que el olvidadizo que dejó los libros no regrese y que a la hora de la rifa me toque a mí por lo menos uno, pero, por otro me da tristeza pensar en el infeliz que dejó algo valioso. Total, no ha de ser tan listo, a pesar de que le gusta comprar libros. Seguramente no los lee para entrenar su inteligencia o por lo menos mejorar su capacidad de atención. Se lo merece.
Cuando caigo en la cuenta de la profundidad de mis pensamientos me siento avergonzada, como si alguien se hubiera asomado a mi cerebro y hubiera encontrado un hueco en donde baila un cacahuate.
Me río de mi ocurrencia, para tratar de maquillar el conformismo en que se encuentra atorada mi existencia.
La voz de mi jefe me saca de mis cavilaciones.
Es hora de comer.
Tomo mi monedero y me dirijo a la zona de comida rápida.
Hoy quizá me incline por unas tostadas de tinga, ayer comí una torta por demás raquítica, rellena con una oblea de  jamón y un trozo de queso panela con los bordes blancuzcos.
Cuando protesté por la cuestionable calidad del alimento, el tortero me lanzó una mirada más fría que el refresco enlatado que sostenía en mi mano izquierda y después me ignoró.
No me quedó más remedio que retirar el dudoso queso y rellenar los panes con todos los chiles encurtidos que le cupieron.
En la noche no soportaba el dolor de panza. Me prometí no volver a esa lonchería nunca jamás.
De manera que hoy iré al puesto de comida rápida que instalaron afuera de la feria.
Contenta por haber tomado la decisión más importante del día me dirijo a las tostadas, cuando al pasar frente al auditorio principal siento como que algo me jala. Decido asomarme para ver qué está ocurriendo ahí.
Descubro a la mujer cometa, quien ya no parece tan divertida pues ha cubierto su maravilloso disfraz con una bata blanca que le confiere cierta seriedad. Se pasea frente a una gran pantalla en donde se proyecta una sorprendente diapositiva.
Habla de un calendario cósmico en el cual, el primero de enero está marcado como el día en que ocurrió una gran explosión que dio origen al actual universo. ¡Hace quince mil millones de años que ocurrió este explosivo acontecimiento y gracias a la tecnología actual, desarrollada en el último segundo del primer año cósmico es posible que presenciemos ese extraordinario y único evento! Esa fotografía, explica, fue tomada por el telescopio espacial Hubble y se convierte en una evidencia de la teoría del famoso Big Bang.
-Observen bien estos destellos” -decía mientras apuntaba a lo que para cualquier mortal no eran más que una especie de bolas de fuego espaciales o algo así- esto que vemos aquí son las semillas de ocho galaxias, así se veían hace trece mil millones de años las galaxias que conforman nuestro universo.
Un niño con cara de sabelotodo que estaba en la primera fila levantó la mano y dijo que hace trece mil millones de años todavía no se inventaba la cámara fotográfica y soltó “¿cómo es posible que exista una foto de algo que ocurrió hace tanto tiempo?”
Hubo algunas muestras de reprobación por parte del público, dejando constancia de que consideraban estúpida la intervención, pero la mujer cometa estaba encantada por el interés mostrado.
-De ninguna manera este comentario resulta trivial, al contrario. Es cierto, hace trece mil millones de años todavía no se había inventado la cámara fotográfica, ni habían nacido el inventor ni el fotógrafo, es más ni siquiera nuestra galaxia era como la conocemos hoy y ni el sistema solar había nacido, es decir, hace trece mil millones de años no existía la vida, por lo menos como la conocemos. El asunto es muy complejo, pero pensemos que la luz que nos llega del Sol, que es nuestra estrella, tarda ocho minutos en alcanzar a la Tierra, la luz que observamos de otras estrellas tuvo que ser emitida mucho tiempo atrás puesto que otras galaxias como Andrómeda, que es una de nuestras vecinas más próximas está a dos millones doscientos mil años luz de distancia. Lo que está haciendo el telescopio espacial es captar imágenes muy lejanas no sólo espacialmente sino también temporalmente.
La mujer comenta continúa su viaje por las galaxias. Recorre con un apuntador laser las formas y todos la seguimos como hipnotizados. La conferencia continúa y yo comienzo a ponerme nerviosa, mi media hora está a punto de terminar, cuando escucho algo que me paraliza.
-Hoy somos capaces de asomarnos al pasado más lejano pero cada día ponemos en riesgo nuestro más cercano futuro.
Para enfatizar lo dicho exhibe una diapositiva que muestra una escena reciente de la secuela que dejó uno de los recientes ataques a Irak o a Afganistán, no presté mucha atención, pero podría ser en cualquier lugar del mundo.
Todos guardamos silencio avergonzados por los horrores de la guerra.
-Espero que el año entrante, en este mismo espacio, pueda mostrarles algunas de las imágenes que astrónomos de diferentes partes del mundo han logrado captar de ese explosivo y extraordinario evento, me refiero al Big Bang, por supuesto.
Ni los aplausos, ni las luces que comenzaron a iluminar todo el auditorio, ni las manos que se levantaban para bombardear con preguntas a la mujer cometa, me sacaban de mi estupor.
Yo repetía una y otra vez ¿Es posible captar algo que ocurrió hace quince mil millones de años? ¿Cómo, con qué? ¿Acaso ya inventaron una máquina del tiempo que llegue tan lejos? ¿Es posible llegar al principio de todo?
Esto rompía completamente la idea de que el pasado se quedaba en el pasado. Yo que me la pasaba lamentando mi suerte y aceptándola con resignación.
No comí, pero esa tarde tomé una decisión. Si era posible presenciar el comienzo de todo, de todo absolutamente, entonces era posible corregir el rumbo y darle a mi vida otro sentido.

4 comentarios:

mikelbruno dijo...

¡Magnífico cuento, María Eugenia!
Besitos estelares.

María Eugenia Mendoza dijo...

Hola Miguel Ángel:
Muchas gracias.
Besitos estelares también para ti.

Sergio Astorga dijo...

María Eugenia, mejor descripción de la Dr. Julieta Fierro, no he encontrado, no sé si ya lo ha leído y si no es así, te sugiero que se lo hagas llegar. El planteamiento de lo micro a lo macro y viceversa esta directo, haces fácil el deseo de imitarlo.

El texto tiene esa necesidad muy tuya, ya lo he notado en otros textos, de cambiar realidades concretas a través de la sugerencia de nuevas posibilidades. Me gusta esa discreta intensión.

Sabor a cosmos me has dejado, con ganas de también cambiar en un big bang mi realidad.

Un abrazo estrellado, quiero decir, con estrellas.
Sergio Astorga

María Eugenia Mendoza dijo...

Querido Sergio:
Agradezco mucho tus palabras. Esta historia la escribí hace como cinco años a partir de esa imagen cierta de Julieta que recorría los pasillos de las primeras ediciones de la FILIJ invitando a los niños a los talleres, conferencias y espacios dedicados a la ciencia. Es una gran científica y extraordinaria divulgadora. A ver si me animo a mandarle la historia, como que a veces me muerdo el rebozo.
Te mando un estelar abrazo.