De fictos lupos: El libro de los hombres lobo, entre el cientificismo y la superstición, por Gerardo Altamirano
Frente a ciertos motivos y personajes emblemáticos para la literatura gótica –pienso en los vampiros condenados al asesinato en pos de la supervivencia, en los fantasmas que deambulan por castillos derruidos, e incluso en los científicos que juegan a ser Dios– las transformaciones de hombres en lobo no han corrido con tanta suerte, en cuanto a la difusión de los relatos que los acogen; y, peor aún, en cuanto a la crítica que podría hablar de este tema, en más de un sentido. El hecho en realidad resulta irónico, pues la cultura de masas –sobre todo el cine, a partir de la película The Wolf Man, dirigida por George Waggner (1941)– ha entronizado a estos seres como una referencia obligada en el catálogo teratológico del imaginario popular contemporáneo. No obstante, es evidente que el cine no inventó el mito del hombre lobo, sino que su origen se pierde en las tinieblas de los tiempos y los ríos profundos de eras pretéritas, de lo que Claude Lecouteux –en el siglo XX–analizó como una ramificación del doble (Hadas, brujas y hombres lobo, 121-144).
Empero, antes de reconocer al célebre medievalista que se ha especializado en los temas inquietantes relacionados con los mundos de ultratumba, habría que hablar de un inglés que, hacia 1865, publica un texto que debería ser una obra de cabecera para los estudiosos de estos temas y que, sin embargo, no lo es. El hombre, Sabine Baring Gould; un clérigo originario de Devon, Inglaterra, cuya vida consagró a la recuperación de las tradiciones populares, entre las que destaca la creencia en los fictos lupos. El texto, The book of the werewolves. Being an account of a terrible superstition, un tratado que nace bajo el afán científico pero que, como veremos, descansa y se legitima en gran medida en lo legendario y folclórico que, a su vez, constituyen la materia de la más genuina literatura de terror.
Sabine Baring Gould comienza su estudio contando que, una noche en Vienne (pequeña población de Poitu), al regresar de una de sus exploraciones, no pudo encontrar un cabriolé que lo llevara a casa; y es que los habitantes de aquella zona solían terminar pronto sus faenas, pues temían al loup-garou, nombre que en Francia se le da al hombre lobo. No obstante, armado de valor y escéptico hasta cierto punto, el reverendo no se dejó llevar por semejante superchería y emprendió, solo y a pie, el camino de regreso. Comenta el autor:
Ésta fue mi introducción al tema de los hombres lobo, y el hecho de encontrar tan arraigada la superstición me dio la idea de investigar la historia y los hábitos de estas criaturas. Debo reconocer que no he conseguido ningún ejemplar, pero sí he encontrado su rastro por todas partes. Y así como los paleontólogos han reconstruido el labyrinthodon a partir de las huellas de sus pisadas […], así esta monografía puede resultar precisa, aunque no haya tenido encadenado delante de mí a un hombre lobo. (31. Todos los énfasis en citas son míos [Gerardo Altamirano]).
Texto publicado con autorización del autor. Seguir leyendo en el blog Mirabilia et Admiranda.