Uno de los célebres anuncios espectaculares de librerías Gandhi
El libro, ese objeto que desde el ejemplar más antiguo (Sutra del Diamante, datado el 8 de mayo de 868), ha evolucionado en sus formatos, formas de producción, distribución, catalogación, apropiación, escritura y lectura, parece condenado a desaparecer por completo o al menos como el popular vehículo de educación, información y recreación para las sociedades, destinado a dar voz a las culturas que se han valido de él para registrar los más diversos acontecimientos culturales (en el sentido más amplio del término, es decir, de toda índole) y por tanto a mantener la memoria y proyectar el futuro; a contener leyes, descubrimientos y enseñanzas; a servir de soporte a obras artísticas como la poesía y la narrativa, a difundir las artes plásticas, la música, la fotografía, el cine; como artículo de entretenimiento y diversión...
Y aunque el fin último del libro es que el lector lo lea, generando en él una amplia gama de experiencias, incluso sensaciones y, que satisfaga y aun supere expectativas, el libro impreso sirve para muchos propósitos, por lo pronto se me ocurre que es un magnífico acompañante en todo momento y lugar. Llevar un libro en la bolsa, bajo el brazo, en la mano, cuando sabemos que el trayecto en transporte público, la estancia en una sala de espera o en la larga fila del banco o de una institución pública será prolongada es una gran idea, si nos sumergimos en sus páginas el tiempo pasará volando, aunque hay ocasiones en que no tenemos oportunidad de abrirlo, porque, como si se tratara de un talismán, un libro es como un paraguas, cuando lo llevamos no siempre lo necesitamos. Los libros impresos son excelentes elementos de decoración y ofrecen temas inagotables de conversación. Aunque quizá uno de los usos más comunes es el de soporífero, no falta quien lo use para equilibrar muebles o como proyectil.
Quienes amamos los libros recibimos emocionados cuando alguien tiene el buen gusto de regalarnos uno (a menos que se trate de un "roperazo").
Desde hace ya muchos años se habla aquí y allá del final del libro impreso, como un hecho casi impostergable e inevitable. Sólo el tiempo, espero que muy lejano, dirá si el destino del libro impreso es su desaparición, en el sentido de que ya ninguna editorial grande o pequeña, industrial o artesanal y ni siquiera una pequeña imprenta esté interesada o de plano tenga prohibido por decreto imprimir más libros a partir de cierta fecha.
Entre otras, el libro impreso está condenado por las siguientes razones:
Ecológicas. Debido a que, dicen algunos, es un imperativo cuidar los árboles y disminuir la fabricación de papel destinado a la impresión de libros (claro que no dicen ni pío cuando se trata de folletería, catálogos y todos los impresos propagandísticos y publicitarios que nos inundan por toneladas).
Tecnológicas. Es más fácil publicar libros electrónicos.
Económicas. Adiós a los inventarios, a los grandes almacenes, estanterías y librerías en donde los libros ocupan grandes espacios, lo que a las editoriales les viene bien, aunque no a los trabajadores ni a los consumidores que deben hacer la inversión inicial del dispositivo electrónico.
Logísticas. Distribuir libros electrónicos no se compara con la distribución de impresos.
Políticas. Es más fácil sacar de circulación en línea un libro molesto por el tema o por haber sido escrito por un autor incómodo al sistema que organizar una quema de libros en una plaza pública.
El libro es noticia cuando se reconoce, por ejemplo, que en México se lee poco (2.9 libros al año) o se anuncia que "en 2018 los libros electrónicos en cualquiera de los formatos imaginables superarán en volumen de negocio a los herederos de la galaxia Gutenberg". Pero también cuando algunos ejemplares son subastados por millones de dólares, como ocurrió recientemente con la primera edición de Pájaros de América, de John James Audubon, publicado en el siglo XVIII, vendido en 7,9 millones de dólares, en una subasta celebrada en Nueva York.
Quienes amamos los libros recibimos emocionados cuando alguien tiene el buen gusto de regalarnos uno (a menos que se trate de un "roperazo").
Desde hace ya muchos años se habla aquí y allá del final del libro impreso, como un hecho casi impostergable e inevitable. Sólo el tiempo, espero que muy lejano, dirá si el destino del libro impreso es su desaparición, en el sentido de que ya ninguna editorial grande o pequeña, industrial o artesanal y ni siquiera una pequeña imprenta esté interesada o de plano tenga prohibido por decreto imprimir más libros a partir de cierta fecha.
Entre otras, el libro impreso está condenado por las siguientes razones:
Ecológicas. Debido a que, dicen algunos, es un imperativo cuidar los árboles y disminuir la fabricación de papel destinado a la impresión de libros (claro que no dicen ni pío cuando se trata de folletería, catálogos y todos los impresos propagandísticos y publicitarios que nos inundan por toneladas).
Tecnológicas. Es más fácil publicar libros electrónicos.
Económicas. Adiós a los inventarios, a los grandes almacenes, estanterías y librerías en donde los libros ocupan grandes espacios, lo que a las editoriales les viene bien, aunque no a los trabajadores ni a los consumidores que deben hacer la inversión inicial del dispositivo electrónico.
Logísticas. Distribuir libros electrónicos no se compara con la distribución de impresos.
Políticas. Es más fácil sacar de circulación en línea un libro molesto por el tema o por haber sido escrito por un autor incómodo al sistema que organizar una quema de libros en una plaza pública.
El libro es noticia cuando se reconoce, por ejemplo, que en México se lee poco (2.9 libros al año) o se anuncia que "en 2018 los libros electrónicos en cualquiera de los formatos imaginables superarán en volumen de negocio a los herederos de la galaxia Gutenberg". Pero también cuando algunos ejemplares son subastados por millones de dólares, como ocurrió recientemente con la primera edición de Pájaros de América, de John James Audubon, publicado en el siglo XVIII, vendido en 7,9 millones de dólares, en una subasta celebrada en Nueva York.
Es cierto que en México se lee poco, a pesar de que se producen anualmente millones de ejemplares de libros de texto,
informativos y literarios para su distribución gratuita, a nivel
nacional, en escuelas y bibliotecas (Libros del Rincón); la Red Nacional de Bibliotecas Públicas
ofrece un acervo importante en libros impresos y digitales; se
comercializan miles de ejemplares a precios muy bajos en ocasiones
especiales, como en el Remate de Libros
que se organiza en el Auditorio Nacional, se celebran ferias del libro
escolares, regionales e internacionales en toda la república, como la FIL de Guadalajara. ¿A qué se deberá que los libros no encuentren lectores?
Lo importante, en cuanto al libro, no debería ser apostar por los impresos o los digitales (sabemos que ambos pueden convivir en paz, como lo hacen los demás medios, no obstante lo amenazante que resultó la radio para la prensa o internet para todos los medios de comunicación), sino por la escritura, la lectura y aun por la autoedición. Todo ello podrá redundar en la educación, la construcción de sociedades más y mejor informadas, capaces de tomar decisiones, asumir sus responsabilidades y defender sus derechos.
En fin,
ahora que es Día Mundial del Libro y todos los días, celebremos la
escritura, la edición, la publicación, la adquisición, la consulta, el obsequio, el intercambio, la
lectura de libros.