En el Valle de las Sombras*
¿Es, pues, cierto o sólo vana fantasía?
Eurípides, Yone, hacia el 410 a. de C.
Seis veces hasta ahora he visto la Muerte cara a cara, y otras tantas ella ha desviado la mirada y me ha dejado pasar. Algún día, desde luego, la Muerte me reclamará, como hace con cada uno de nosotros. Es sólo cuestión de cuándo y de cómo. He aprendido mucho de nuestras confrontaciones, sobre todo acerca de la belleza y la dulce acrimonia de la vida, del valor de los amigos y la familia y del poder transformador del amor.
De hecho, estar casi a punto de morir es una experiencia tan positiva y fortalecedora del carácter que yo la recomendaría a cualquiera, si no fuese por el obvio elemento, esencial e irreductible, de riesgo. Me gustaría creer que cuando muera seguiré viviendo, que alguna parte de mí continuará pensando, sintiendo y recordando. Sin embargo, a pesar de lo mucho que quisiera creerlo y de las antiguas tradiciones culturales de todo el mundo que afirman la existencia de otra vida, nada me indica que tal aseveración pueda ser algo más que un anhelo.
Deseo realmente envejecer junto a Annie, mi mujer, a quien tanto quiero. Deseo ver crecer a mis hijos pequeños y desempeñar un papel en el desarrollo de su carácter y de su intelecto. Deseo conocer a nietos todavía no concebidos. Hay problemas científicos de cuyo desenlace ansío ser testigo, como la exploración de muchos de los mundos de nuestro sistema solar y la búsqueda de vida fuera de nuestro planeta. Deseo saber cómo se desenvolverán algunas grandes tendencias de la historia humana, tanto esperanzadoras como inquietantes, los peligros y promesas de nuestra tecnología, por ejemplo, la emancipación de las mujeres, la creciente ascensión política, económica y tecnológica de China, el vuelo interestelar.
De haber otra vida, fuera cual fuere el momento de mi muerte, podría satisfacer la mayor parte de estos deseos y anhelos, pero si la muerte es sólo dormir, sin soñar ni despertar, se trata de una vana esperanza. Tal vez esta perspectiva me haya proporcionado una pequeña motivación adicional para seguir con vida. El mundo es tan exquisito, posee tanto amor y tal hondura moral, que no hay motivo para engañarnos con bellas historias respaldadas por escasas evidencia. Me parece mucho mejor mirar cara a cara la Muerte en nuestra vulnerabilidad y agradecer cada día las oportunidades breves y magníficas que brinda la vida. Durante años, cerca del espejo ante el que me afeito, he conservado, para verla cada mañana, una tarjeta postal enmarcada. Al dorso hay un mensaje a lápiz para un tal James Day, de Swansen Valley, Gales, dice sí:
Querido amigo:
Sólo una líneas para decirte que estoy vivo y coleando y que lo paso en grande. Es magnífico.
Afectuosamente,
WJR
Está firmada con las iniciales casi indescifrables de alguien llamado William John Rogers. En el anverso hay una foto en color de una espléndida nave de cuatro chimeneas y la mención "Transatlántico Titanic de la White Star". El matasellos lleva la fecha del día anterior a aquel en el que el gran barco se hundió llevándose consigo más de 1,500 vidas, incluida la del tal Rogers. Annie y yo tenemos a la vista la tarjeta postal por una razón. Sabemos que "pasarlo en grande" puede ser un estado de lo más provisional e ilusorio. Así nos sucedió.
Disfrutábamos de una aparente buena salud, nuestros hijos crecían, escribíamos libros, habíamos emprendido nuevos y ambiciosos proyectos para la televisión y el cine, pronunciábamos conferencias y yo seguía consagrado a la más atrayente investigación científica Una mañana de finales de 1994, de pie junto a la tarjeta enmarcada, Annie advirtió que no había desaparecido de mi brazo una fea mancha de color negro azulado que llevaba ahí muchas semanas. "¿Por qué sigue ahí?", preguntó. Ante su insistencia, y un tanto de mala gana (las manchas negro azuladas no pueden ser graves, ¿verdad?, fui al médico para que me hiciese un análisis de sangre...
*Capítulo 19, del libro Miles de millones. Pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio, España, SineQuaNon, 1998
Cliquear en el enlace para seguir leyendo el capítulo y el libro completo, que por suerte, alguien subió a Scribd.
Carl Sagan, Brooklyn, Nueva York, 9 de noviembre de 1934-Seattle, 20 de diciembre de 1996.
Carl Sagan es, sin duda, uno de los seres humanos más extraordinarios de la historia. Científico, divulgador de la ciencia, gran comunicador, escritor, amante esposo y padre, sensible a todas las manifestaciones del arte. Legó grandes obras en diferentes soportes y dirigidas a tantos públicos que estoy segura su luz, palabras, ideas, anhelos y amor a la vida, viajan en el cosmos con la esperanza de que la humanidad y seres inteligentes de otros mundos se impregnen de ellas y construyan mundos en donde haya lugar para el amor, la capacidad de asombro, la creación y la paz.