Franz Kafka (origen de la imagen)
A la memoria de Maye
Este 3 de junio se cumplen 90 años de la muerte del escritor. Nació en Praga, capital de la actual República Checa, cuando era parte del imperio Austro-húngaro, el 3 de julio de 1883 y murió en Kierling, Austria en 1924, país en donde recibiría tratamiento contra la tuberculosis, enfermedad que le causó la muerte.
Además de rendir un humilde homenaje a Kafka repasando brevemente su obra más conocida, La metamorfosis, deseo compartir la inquietud que en días recientes mi hermana Ma. Elena sentía al recordar la novela leída muchos años atrás. Por más que se preguntaba no encontraba respuesta a la transformación del personaje en un insecto. Tal vez, me decía, todos en un momento dado nos convertimos en un bicho cuando sentimos que no encontramos solución a nuestros problemas. Sin duda, le contestaba. A veces no nos vemos como insectos propiamente dichos pero sí deseamos que la tierra nos trague. Tras esa conversación y su obsesión por Samsa le propuse releer la obra maestra del atormentado escritor y comentarla, pero por el momento deberíamos pensar en algo optimista.
Ya no tuvimos tiempo de hacerlo juntas.
Ya no tuvimos tiempo de hacerlo juntas.
La transformación de Gregorio Samsa en un monstruoso insecto -el autor nunca dice que se trate de un escarabajo o una cucaracha, como se le representa por la descripción que hace- después de una noche de sueño intranquilo podría ser la consecuencia "natural" para un ser atormentado por las presiones domésticas, económicas, laborales y sociales que enfrentaba cotidianamente. Gregorio Samsa era comerciante viajero. Sobre sus espaldas llevaba el peso no sólo de la manutención de su familia, compuesta por un padre autoritario y holgazán; su madre, sumisa y su hermana adolescente, una hermosa joven de 17 años, quien según su hermano era una promesa en el mundo de la música y por ello deseaba tener el dinero suficiente para que estudiara en el conservatorio.
Metamorfoseado, Samsa reflexionaba en la profesión que ejercía, profesión por cierto, no elegida sino practicada debido a que su padre estaba en deuda con el dueño del almacén y para cubrirla Gregorio tenía que someterse a las condiciones inhumanas de un viajero que debe cumplir con su cuota de ventas, tener presentes horarios y rutas de los trenes, comer mal y a deshoras, no tener tiempo para establecer relaciones significativas y duraderas y regresar a casa y encontrarse con un ambiente de indiferencia a sus atribulaciones y sueños. Además, si Gregorio no cumplía con sus obligaciones puntualmente no sólo la familia entera lo atosigaba para que no perdiera el tren, para que no faltara al trabajo, sino que un apoderado del almacén se presentaba en su casa para reclamar la falta de cumplimiento, como ocurrió justamente la mañana en que Gregorio se transformó en insecto y luchaba por salir de la cama, aterrorizado ante el terrible espectáculo que ofrecían las patitas que bailaban frente a él y sobre la panza abombada y parduzca.
¿La transformación fue física o metafórica? Si se opta por la segunda resulta difícil comprender la reacción de quienes veían en el bicho que se había apoderado de la habitación de Gregorio al mismo Gregorio. La repulsión sentida por el apoderado de la empresa ante la visión del insecto que había logrado abrir la puerta o de la sirvienta que trabajaba con la familia y decidió renunciar. Los cuidados que le prodigó la hermana, la única que podía entrar al cuarto de Gregorio para ordenarlo y para dejarle alimentos adecuados a su nueva condición: un queso que a Gregorio le parecía asqueroso al insecto le pareció un manjar, sobras de salsas y otros alimentos no frescos, como la leche, que era la bebida favorita del chico, ahora eran repugnantes para el bicho.
La novela se lee de una sentada, pero provoca reflexiones que nos acompañan por siempre, porque siempre estaremos en contacto directa o indirectamente con la falta de trabajo o la explotación laboral a cambio de migajas y malos tratos, con injusticias de todo tipo; con los tratos de gobiernos que sólo ven por el beneficio de los dueños del capital y comprometen la vida de generaciones enteras para satisfacer su avaricia y sed de poder; con afectos no correspondidos; con la imposibilidad de ser respetados por lo que se decidió ser y hacer; por los sacrificios hechos y la falta de reconocimiento y agradecimiento.
Si no tuviera que dominarme por mis padres, ya me habría despedido hace tiempo, me habría presentado ante el jefe y le habría dicho mi opinión con toda mi alma. ¡Se habría caído de la mesa! Sí que es una extraña costumbre la de sentarse sobre la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además, por culpa de la sordera del jefe, tiene que acercarse mucho. Bueno, la esperanza todavía no está perdida del todo; si alguna vez tengo el dinero suficiente para pagar las deudas que mis padres tienen con él -puedo tardar todavía entre cinco y seis años- lo hago con toda seguridad. Entonces habrá llegado el gran momento; ahora, por lo pronto, tengo que levantarme porque el tren sale a las cinco», y miró hacia el despertador que hacía tic tac sobre el armario.
La lectura que hagamos de La metamorfosis, como de todas las grandes obras, provocará diferentes reacciones y reflexiones según la motivación y momento en que la hagamos. Me quedo con la enorme tristeza del destino de Gregorio Samsa, por su enorme e incondicional capacidad de sacrificio; por la falta de comunicación, respeto y amor entre los miembros de la familia cuando Gregorio los mantenía; por el temor que inspiraba el padre y las condiciones sociales en las que se desarrolla la historia, que no distan mucho de las actuales.