lunes, 5 de agosto de 2013

La ortografía: más que un deber "es un derecho de los ciudadanos libres"


En momentos en que está por discutirse y probablemente aprobarse la iniciativa de gravar con el impuesto al valor agregado (IVA) a alimentos y medicamentos, así como la muy anunciada reforma energética, el secretario de Educación Púbica (SEP) inicia una cacería de brujas por los "más de 117 errores ortográficos" detectados en los libros de texto gratuitos, que están por distribuirse a los alumnos de educación básica a nivel federal.

Siento que le estoy haciendo el juego al secretario al dedicar una entrada más sobre este asunto en este blog (muy abandonado, por cierto). Es claro que cualquier nota que distraiga a los mexicanos de los temas sustantivos abonará la desinformación y probablemente contribuya a que los cómplices de los negocios multimillonarios que están en juego en este momento la tengan más fácil para lograr sus objetivos.

El panorama resulta desolador se le mire por donde se le mire. Entre los temas de actualidad, que verdaderamente afectan el presente y el futuro del país están: el mal manejo de Pemex (no la disminución de las reservas petroleras del país), los términos en que se negociará la reforma energética, en la que está por un lado todo lo que tiene que ver con el petróleo (exploración, extracción, refinación, distribución, investigación, etc.) y por otro, la generación, distribución y precios de la energía eléctrica. Gravar alimentos y medicinas tendrá efectos desastrosos en la clase trabajadora (formal e informal) y en los millones de mexicanos que se sabe sobreviven en pobreza alimentaria y que están en el ojo de los programas de dádivas del gobierno (Cruzada contra el hambre, reparto de despensas y otros recursos en tiempos de elecciones); la imparable violencia que azota al país y la impunidad de los criminales. Igual de preocupante resultan la falta de trabajo, de servicios de salud y de educación y el ascenso de empresas dedicadas al outsourcing, la privatización del sistema de salud y de la educación. Hace falta un transporte público de calidad y seguro. En fin, vivimos en un país en el que la transformación de las ciudades, vía enormes construcciones de plazas y condominios que demandan servicios públicos, son una amenaza para las poblaciones asentadas en zonas en donde no estaba (o aún no está) permitido ese tipo de inmuebles.

Está en juego la soberanía y el futuro del país, pero eso sólo lo ven los catastrofistas, los negativos. Por eso es un alivio saber que los medios de comunicación ponen el acento en lo verdaderamente trascendente y que por eso cubrirán puntualmente, como siempre lo hacen, cada paso que dé la selección mexicana de futbol camino al mundial del año entrante en Brasil, porque imagínense, queridos amigos de la Aldea, la vergüenza que significaría que México no calificara y se quedara en casa. Sin duda las televisoras en donde se transmiten programas de televisión tan comprometidos con los conocimientos y valores del pueblo, como "Cien mexicanos dijieron", "A cada quien su santo" o "Como dice el dicho", así como los noticieros más objetivos y confiables estarán al servicio de la SEP y pondrán el ejemplo con el bien decir, con el buen uso del español y no estarán tranquilas hasta que revelen los nombres de esos "criminales" de la lengua que cometieron 117 errores ortográficos en los libros de texto de educación básica, los juzguen y condenen, porque eso no se puede quedar así.

En la mente de las autoridades educativas del país se ha sembrado el deseo de venganza y este encenderá las antorchas para ir en busca de quienes incurrieron en esas imperdonables faltas de ortografía, porque "la ortografía es un deber pero es más importante señalar que es un derecho de los ciudadanos libres", como bien señaló el secretario de Educación.

Aquí la nota completa publicada en La Jornada En línea:

Investiga la SEP faltas de ortografía en libros de texto

El secretario de Educación Pública reiteró que son un error imperdonable. Pero “más error hubiera sido callarnos”, dijo el funcionario al informar que las investigaciones iniciaron el pasado 18 de julio.
Karina Avilés
Publicado: 05/08/2013 14:44
México, DF. La Secretaría de Educación Pública (SEP) abrió una investigación para dilucidar a los responsables de los 117 errores ortográficos en los libros de texto gratuitos, anunció el titular de la dependencia, Emilio Chuayffet.
El funcionario dio a conocer que para subsanar estas deficiencias, se entregarán manuales a los profesores para realizar las correcciones pertinentes en dichos textos de manera directa en los salones de clase.
En el marco de la firma del convenio con la Academia Mexicana de la Lengua (AML), quien realizará la revisión de estos libros, ratificó que las faltas ortográficas son un error imperdonable, pero “más error hubiera sido callarnos”.
Así, reveló que desde el día en que dio a conocer estas fallas, el pasado 18 de julio, iniciaron las investigaciones correspondientes. Cabe recordar que las modificaciones a los libros de texto realizadas como parte de la Reforma Integral de Educación Básica se realizaron con el yerno de la ex lideresa magisterial, Elba Esther Gordillo, Fernando González Sánchez, como subsecretario de ese nivel educativo en la administración de Felipe Calderón.

Emilio Chuayffet indicó que la ortografía es un deber pero es más importante señalar que es un derecho de los ciudadanos libres.

Tres siglos de la Real Academia Española


300 años escribiendo con buena letra

Un reducido grupo de ilustrados fundó la Academia en 1713
Buscaban dotar a la lengua española de un diccionario que estuviese a la altura de otros idiomas
Tentaciones de verano
TEREIXA CONSTENLA

Al principio fue el honor. Al marqués de Villena, y sus siete amigos de tertulia, les escocía que la decadencia política contaminase el reino de las palabras. Invariablemente en cada sesión que celebraban en el palacio de la madrileña plaza de las Descalzas acababan asomados al vacío: España carecía de un diccionario digno de su lengua. Lo tenían Francia, Italia, Inglaterra y Portugal. Pero el país que había esparcido su idioma por todo un continente en los siglos anteriores no tenía un inventario que ayudase a distinguir el grano de la paja, una obra que fijase el retrato-robot de una lengua que venía de días de gloria (el XVII) y que corría el riesgo de despeñarse hacia la insulsez o el deterioro si nadie la documentaba.

Lo inusual es que llevaron su idea a la práctica. Y el 3 de agosto de 1713, en su tertulia del palacio de Villena, los ocho amigos, reforzados con tres integrantes nuevos, levantaron un acta pragmática —en ella establecen las tareas que han de acometer y cómo han de hacerlo para redactar el Diccionario de autoridades— que se considera el acta fundacional de la Real Academia Española. Hoy se cumplen 300 años de aquella sesión quijotesca. ¿O no rozaba lo imposible el afán de aquellos 11 ilustrados sin especial formación lingüística?

Lo hicieron. Una proeza en tan solo 26 años, en palabras de Fernando Lázaro Carreter, que dedicó su discurso de ingreso en la RAE en 1972 a la aventura iniciada por Villena y compañía. “Este ‘tan solo’ alude al hecho de que la Academia Francesa tardó 65 en desempeñar una tarea de alcance mucho más limitado. Seis copiosos volúmenes, con un total de más de 4.000 páginas, en cuarto mayor, fueron el resultado de esa acción, una de las más esforzadas de que pueda ufanarse la cultura española”, elogió el filólogo que permaneció al frente de la RAE seis años.

Su publicación con 42.000 palabras fue, en opinión del actual director, José Manuel Blecua, “el momento de más éxito” de la Academia, que en menos de un siglo materializa obras notables: el Diccionario de autoridades (llamado así por los ejemplos que acompañan a los vocablos), la Ortografía, la Gramática y el Diccionario chico (el de autoridades sin autoridades). “El actual es heredero directo de aquel de 1780”, señala el secretario actual, Darío Villanueva. En 2014 se publicará la versión vigésimo tercera. Villanueva lo ve “el final de un ciclo”, teniendo en cuenta la dependencia de la inmediatez que ha propiciado la cultura tecnológica.

Nada que se cuestionaran aquellos fundadores que aún debieron aguardar un tiempo hasta su confirmación. El Consejo de Castilla bloqueó la bendición del rey —la razón más benigna era la duda sobre su capacidad para redactar el diccionario— hasta donde pudo, pero finalmente Felipe V, el francés que había desembarcado en el trono español tras una guerra larga, la autorizó mediante una cédula real el tres de octubre de 1714. Cuando se aprueben los estatutos, la Academia pasará a contar con 24 miembros.

El lema, con una abeja sobre flores, estuvo a punto de ser: Aprueba y reprueba

“Los fundadores son un grupo de novatores, un título despectivo para referirse a los reformistas que se dan cuenta de que España necesita abrirse a Europa, superar la escolástica y tener una historia crítica”, señala Víctor García de la Concha, que ultima una historia de la institución que dirigió 12 años. “En muy poco tiempo”, prosigue, “aunque a ellos les pareció mucho, estos hombres que no eran lexicógrafos ni tenían archivos crean el diccionario”.

Contra viento y marea. Aunque alguno de los paladines de la lengua se desplazase en mula. Darío Villanueva recuerda un acta de 1726 donde se plasman las desgracias de Fernando del Bustillo: “Escribe que ha estado 50 días en la cama con dolores causados por gota, que no puede apoyar los pies y que además se le ha muerto la mula y pide ayuda para comprar otra que le permita ir a las reuniones de los jueves”.

De los tiempos en los que las sesiones se celebraban en los domicilios de sus directores (el marqués de Villena y sus descendientes o José de Carvajal y Lancáster, hasta 1754 no lograron un departamento cedido por Fernando VI en la Real Casa del Tesoro) arrancan tradiciones perpetuadas hasta hoy: los plenos de los jueves, el tratamiento de “excelentísima” o las votaciones secretas. En una de ellas se eligió el emblema: el crisol con la leyenda “Limpia, fija y da esplendor”. Un lema que no suscitó aplausos universales, aunque los críticos tal vez se replegaron al descubrir que rivalizó con una abeja volando sobre un campo de flores con la leyenda “Aprueba y reprueba”.

Benavente creía que el ingreso abría la puerta a la muerte y no a la inmortalidad

Lo que no se remonta a los orígenes son los discursos de ingreso. “Comienzan en el XIX, cuando se hace casi una refundación con el afán de acercarla a la sociedad. Hasta entonces los nuevos se incorporaban en una sesión normal. A partir de 1847 se le quiere dar mayor solemnidad y se organizan con un discurso público y uno de contestación”, señala Pedro Álvarez de Miranda, que dedicó el suyo en junio de 2011 a glosar los de otros.

Los hubo en verso (José Zorrilla y José García Nieto) y... no los hubo por voluntad del electo: Miguel de Unamuno o Antonio Machado (“fue elegido en 1921, hizo un intento para escribir el discurso pero no lo concluyó, es difícil imaginarlo embutido en un frac”). Ninguno llegó a la altura de Jacinto Benavente, cuya relación con la RAE frisó la patología. “Decía que el ingreso de la Academia, en lugar de proporcionar la inmortalidad, aceleraba la muerte. Se dirigió a la RAE para indicar que no quería ingresar. Finalmente lo hicieron académico honorario”, detalla Álvarez de Miranda. Un académico es para siempre. Así lo constató el actor Fernando Fernán Gómez, cuando ofreció sin éxito su sillón a Víctor García de la Concha después de que sus piernas hubieran “ganado la batalla” hasta impedirle acudir a las sesiones.

Guste o no a quienes gobiernen el sillón es vitalicio. Pero la institución ha penado por ello y no siempre ha logrado frenar las embestidas. La académica Carmen Iglesias, comisaria de la exposición La lengua y la palabra. 300 años de la RAE, que se inaugurará el 26 de septiembre, señala que “las verdaderas intervenciones del poder político se dieron en regímenes autoritarios o con dictadores”.

Ocurrió con Fernando VII, que ordenó expulsar a los afrancesados; con Miguel Primo de Rivera, que impuso académicos regionales y trató de vetar a Niceto Alcalá-Zamora, y con Franco, que en 1941 envió una lista con los que no deben estar. “La RAE tuvo la dignidad de resistir las presiones del régimen para cubrir las vacantes de los cinco académicos exiliados”, indica Álvarez de Miranda. La entereza de la institución se coronó con una histórica sesión, el 3 de mayo de 1976, cuando Salvador de Madariaga, uno de esos desterrados, leyó su discurso de ingreso cuarenta años después de su elección.

Carmen Conde, primera académica, entre Gonzalo Torrente Ballester y Manuel Terán en su ingreso.
MARISA FLÓREZ

Donde la historia de la Academia desluce es en su relación con las mujeres. Las académicas han entrado con cuentagotas (nueve, la última electa es Aurora Egido) y solo a partir de 1978 con la poeta Carmen Conde. “Es el reflejo de un fenómeno general de la sociedad, donde la mujer se encuentra en una situación de discriminación”, esgrime Blecua. Los deslices más sonados se cometieron con Emilia Pardo-Bazán, que se postuló para entrar (lo propio de aquellos días del XIX) sin ningún éxito, y con María Moliner, que perdió la votación frente al filólogo Emilio Alarcos. “No me atrevo a decir que fue una injusticia pero fue una lástima que no se hubieran presentado por separado. Si no hubiera enfermado en sus últimos años creo que sus valedores la habrían convencido para presentarse otra vez”, aventura Álvarez de Miranda, que en descargo de la española recuerda que la primera académica francesa fue Marguerite Yourcenar en 1981.

Mirando atrás, la Academia puede considerar su misión cumplida. Lleva inventariando el español tres siglos. Incluso sorteó el riesgo de la fragmentación idiomática en un contexto tan delicado como el de la fragmentación política del XIX. Víctor García de la Concha recuerda que, tras los procesos de independencia, se dio “un intento de ruptura de la unidad de la lengua para definir el español de América frente al español de España”. Él defiende que uno de los mayores servicios de la RAE fue la habilidad para salvar aquella amenaza tendiendo la mano de igual a igual a las jóvenes naciones con el nombramiento de académicos correspondientes que luego fundaron sus respectivas instituciones, germen de la actual política panhispánica de la casa. “Hay que salvaguardar la lengua siempre como un espacio de diálogo”, proclama García de la Concha. Durante un tiempo las palabras fueron el único puente entre la vieja potencia y sus antiguas colonias.