Al repasar la sección de Cultura del diario El País de este domingo, me entero de la muerte de Antonio Tabucchi, de quien sólo he leído Sostiene Pereira, una de las obras imprescindibles de la literatura universal, llevada magistralmente a la pantalla grande por Roberto Faenza, con la colaboración directa del autor y protagonizada por Marcello Mastroianni.
Día triste para las letras y los lectores. Día triste en el que no faltarán las declaraciones de políticos italianos y portugueses reclamando como suyo a un hombre universal, quien, como señala el diario El País "muy frecuentemente soñaba en
portugués". La nota informa: "Antonio Tabucchi, el novelista italiano enamorado de Pessoa,
de Lisboa, de Portugal y de la lengua portuguesa, murió la mañana de hoy
domingo, a los 68 años, de un cáncer en el hospital de la Cruz Roja de
la capital lusa, donde será enterrado el jueves, dando tiempo, según
explicaba su viuda, a que se acerquen a Lisboa todos sus amigos
franceses, italianos y españoles".
Al enterarse de esta noticia no dudo que muchos vayamos en los próximos días a la librería para conseguir alguno de los libros que conforman su obra, pero casi estoy segura de que la mayoría hurgará en sus libreros hasta encontrar su ejemplar de Sostiene Pereira, para releer la historia de este entrañable Pereira, periodista con mucha experiencia responsable de la sección cultural del Lisboa, periódico que según palabras de Pereira, cuando se pone en contacto por primera vez con Monteiro Rossi para ofrecerle trabajo "sale desde hace unos meses, no sé si usted lo conoce, somos apolíticos e independientes, pero creemos en el alma, quiero decir que somos de tendencia católica".
Sostiene Pereira se desarrolla en la Lisboa de 1938, herida por la dictadura de Salazar, ciudad que no es ajena a la guerra civil española y el fascismo italiano. El Lisboa, descubrirá el lector muy pronto, no es tan independiente, no lo puede ser cuando "la gente moría y la policía era la dueña y señora", cuando la "ciudad apesta a muerte, toda Europa apesta a muerte" y no se puede publicar con libertad información que incomode al régimen.
Pereira es culto, muy culto. Vive, o mejor dicho, sobrevive obsesionado por la muerte. Es viudo, vive solo y cuando está en casa habla con el retrato de su esposa, le refiere lo que ha hecho durante el día y sus planes. Su obsesión por la muerte lo mueve a buscar a un periodista que pueda encargarse de "los elogios fúnebres de los escritores o una necrológica cada vez que muere un escritor importante, y las necrológicas no se pueden improvisar de un día para otro, hay que tenerlas ya preparadas, y yo estoy buscando a alguien que escriba necrológicas anticipadas para los grandes escritores de nuestra época, imagínese uste, si mañana se muriera Mauriac, a ver, ¿cómo resolvería yo la papeleta?
Los textos del joven colaborador no cumplen las exigencias de Pereira, pues es incapaz de escribir una necrológica de los escritores que han tomado una buena postura política, que, por otro lado, no resultan adecuados para la línea editorial del Lisboa. Sin embargo, a Pereira le sale muy cara la relación con Monteiro Rossi y Marta, novia de este, no únicamente por pagar los adelantos y otras exigencias de los chicos de su bolsillo sino por los acontecimientos que alterarán la vida tranquila del periodista.
Esta novela está poblada de personajes que abren los ojos de Pereira para que reconozca causas y efectos de cosas tan aparentemente sencillas, como su obesidad, directamente relacionada con el consumo de una dieta monótona y de diez a doce vasos diarios de limonada. En la primera plática sostenida con el doctor Cardoso, en una clínica de talasoterapia a la que llega por indicaciones de su cardiólogo, señala:
"Y ¿cuándo empezó a manifestarse su obesidad?, preguntó el doctor Cardoso. Hace algunos años, respondió Pereira, después de la muerte de mi esposa. En cuanto a los dulces, preguntó el doctor Cardoso, ¿come usted muchos dulces? Nunca, respondió Pereira, no me gustan, sólo bebo limonadas... y dígame, ¿les pone azúcar? Las lleno de azúcar, dijo Pereira, la mitad del vaso de limonada y la otra de azúcar.
Personaje clave es el padre António, quien desde el principio de la historia reclama a Pereira, tras el asesinato de un carretero que abastecía los mercados y era socialista "¿en qué mundo vives, tú que trabajas en un periódico?, mira Pereira, ve a informarte, anda". El padre António tiene clara la relación del Vaticano con las dictaduras y advierte a Pereira sobre el riesgo de publicar en la página cultural del Lisboa textos de escritores comprometidos con la república, con la democracia, como Bernanos "no es muy querido en este país, no ha escrito cosas muy agradables sobre el batallón Viriato, el contingente militar portugués que ha ido a España a combatir junto a Franco".
Sostiene Pereira es una obra que aborda temas dolorosamente vigentes.
La edición que tengo en mis manos, la decimoquinta de Compactos Anagrama (2010), con la fotografía del guapísimo siempre Marcello Mastroiani, incluye una larga nota de Antonio Tabucchi a la décima edición italiana. Reproduzco solamente el principio:
El señor Pereira me visitó por primera vez una noche de septiembre de 1992. En aquella época no se llamaba todavía Pereira, no poseía trazos definidos, era una presencia vaga, huidiza y difuminada, pero que deseaba ya ser protagonista de un libro. Era sólo un personaje en busca de autor. No sé por qué me eligió precisamente a mí para ser narrado.Pereira había escrito en la sección "Efemérides", a propósito de los tres años de la muerte de Fernando Pessoa: "Hombre de cultura inglesa, había decidido escribir en portugués porque sostenía que su patria era la lengua portuguesa". Más adelante, reconoce que el texto le resulta nauseabundo y lo modifica. Ahora, cuando esta nota necrológica se publica en esta Aldea, le cambio el nombre y queda: Antonio Tabucchi, nacido en Italia, "había decidido escribir en portugués porque sostenía que su patria era la lengua portuguesa".