jueves, 11 de abril de 2013

José Luis Sampedro, economista, escritor y humanista, atravesó la última frontera


Quizá muchos dirán, y con razón, que cuando nos enteramos de la muerte de una gran  persona, de un ser humano en toda la extensión de la palabra, es cuando volvemos la mirada para ver de quién se trataba y qué obra dejó a su paso, y quizá, después de echar una ojeada al librero, a Wikipedia y a otros sitios en línea en donde se haga referencia a la persona y a la obra, una lágrima se asome y sintamos el dolor ante lo definitivo de su muerte pero demos gracias al cielo porque con su trabajo ganó su pasaporte para la eternidad.

Es probable que no tengamos idea  o no nos demos tiempo para pensar en la cantidad de personas fuera de serie que hacen mucho bien por el mundo en diferentes disciplinas y actividades humanas, algunas conocidas y reconocidas, muchísimas anónimas. ¿Será porque es más fácil enterarnos y sabernos afectados por la obra y la vida de personajes nefastos , odiosos y de triste y deleznable fama?

Esta reflexión viene a colación por la reciente muerte de José Luis Sampedro, quien deja vacía una silla en la Real Academia Española y un vacío enorme en la lucha indignada frente a los sinsentidos y barbaridades que los desgobiernos han recetado a los pueblos trabajadores de diferentes partes del mundo. Al parecer las medidas surgidas en los círculos financieros de un mundo globalizado, aparentemente sin fronteras, no reconoce límites y siembra injusticia, hambre, desesperanza por doquier.

El paso de José Luis Sampedro por este planeta fue largo. Noventa y seis años significan una vida larga y plena. Fue una vida lúcida, congruente, defensora de derechos como la  justicia y la libertad, incluida la de expresión, pero sobre todo la de pensamiento, hasta el final. Es una bendición que su vida se haya prolongado y su final haya llegado sin tener que enfrentar penosos trances hospitalarios.
Su viuda Olga Lucas contó sus últimos momentos: "Nos dijo que quería beberse un Campari. Así que le hicimos un granizado de Campari. Me miró y me dijo: 'Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos'. Se durmió y al cabo de un rato se murió".
José Luis Sampedro (Barcelona, 1 de febrero de 1917. Madrid, 7 de abril de 2013), economista, humanista, escritor y activista, nos legó su credo personal:
Creo en la Vida Madre todopoderosa
creadora de los cielos y de la Tierra.
Creo en el Hombre, su avanzado Hijo
concebido en ardiente evolución
progresando a pesar de los Pilatos
e inventores de dogmas represores
para oprimir la Vida y sepultarla.

Pero la vida siempre resucita
y el Hombre sigue en marcha hacia el
mañana.

Creo en los horizontes del espíritu
que es la energía cósmica del mundo.
Creo en la Humanidad siempre ascendente.
Creo en la vida perdurable.
Amén.
J.L.S.

Los discursos de Sampredro son extraordinarios, claros, amenos, ilustrativos. El de ingreso a la Real Academia Española, el 2 de junio de 1991, titulado "Desde la frontera" nos da muchas pistas de lo que había sido la vida de quien se declaraba "fronterizo, pues si bien me llevaron a esa orilla las corrientes de la vida, muy pronto mi voluntad se instaló a gusto entre gentes alerta, con ganas de vivir". Dejo aquí un fragmento, pero bien vale la pena tomarse su tiempo para leerlo completo en la página de la RAE:

Mi mundo está como fronterado, que diría quizás un maestro de armas, con los muros, las banderas, la piel, las palabras. Las palabras, cierto: cada una puede ser frontera: el «aquí» se aparta del «allá»; el «gato» es la divisoria frente a todo lo «no-gato». Pero sería desmedida tentación la de extenderme acerca de la palabra ante vosotros, que tanto más sabéis de ella. Sólo la reverenciaré de pasada como proeza suprema del hombre —único animal que habla— y recordarla dotada, como todas las fronteras, de precisión clarificadora y, a la vez, de ambigüedad; pues en el continuo de la realidad todo tajo conceptual es artificioso y no es tan clara la diferencia entre el «gato» y el «no-gato». «Voces hay tan dudosas y ambiguas» —escribía el Padre Sigüenza encomiando al San Jerónimo traductor— «que hacen disentir unos de otros», y así es como cada texto tiene varias lecturas y su valoración cambia con el tiempo.

Con palabras se construyen las fronteras en el mundo de la literatura, donde se desenvuelve la novela, alzada sobre el filo mismo de la realidad y la ficción porque participa de ambas. Oponer lo novelesco a lo real, ya se ha dicho, sólo alcanza a ser una interpretación, pues la novela despliega la inapelable verdad de su autor, que la ha vivido al crearla, para que se haga verdad también en los lectores. Por eso los grandes personajes de ficción resultan más reales e influyen más en nosotros que muchos seres de carne y hueso.

Fronteras, en fin, de todas clases: geográficas, históricas, biológicas, sociales, psicológicas... Todas partiendo y acuchillando el continuo multidimensional que nos envuelve, para facilitarnos nuestra instalación en él, para permitirnos una interpretación de lo que sería un caos; es decir, un orden que no comprendemos. Todas permitiendo diferenciar, pero sin que puedan confundirse con los límites.
No, no confundamos fronteras y límites, de los que luego hablaré, aun cuando haya quienes lo entiendan así. Nunca caí en esa confusión, ni siquiera cuando la vida me llevó, en mi recién estrenada profesión, a una aduana marítima. A primera vista parece no haber frontera más evidente sobre el planeta, pues en las aguas el hombre perece, sin aire para su vida. Finis terrae se ha llamado más de una vez a esa frontera, como si fuera un límite. Pero a mí, frente al océano, los ojos y el pensamiento se iban a la lejanía, sobrepasando la orilla. El mar es como la dulce llama de la chimenea: nos lleva a un más allá, nos sorbe la imaginación, se disfraza de figuras y sugerencias. Como en nuestra divisa columnaria, un Plus Ultra planeaba sobre mis contemplaciones y así como la brisa marina penetraba en la tierra adentro, así también mi ánimo trascendía la bien recortada línea de la orilla, frontera pero no límite. El mar no era confín ni barrera sino la más ancha de las aperturas a la libertad.
Leer a José Luis Sampedro, verlo y escucharlo en los distintos videos que circulan en la red, ver lo que escriben sobre él periodistas y blogueros, como mi amiga LolaMU, honrará su memoria y tal vez nos hagan ver y vivir el mundo, la vida y, llegado el momento, la muerte de manera diferente. 






4 comentarios:

Mª Cristina Ramírez Ros dijo...

Gracias.

Unknown dijo...

Hermoso homenaje, María Eugenia. Se lo merece, y creo que estos son los que más deberían de gustarle. Como dices, lo mejor es leerle.Gracias por los enlaces. Apapachos.

María Eugenia Mendoza dijo...

Hola Carlota:
Sampedro dejó un enorme legado, me encantaría descubrirlo poco a poco, buscaré por aquí sus libros.
Gracias a ti por acercarme a autores valiosísimos.
Apapachos de regreso.

María Eugenia Mendoza dijo...

Hola María Cristina:
Un abrazo.